Los inmigrantes siempre estuvieron en el punto de mira de la derecha. Siempre. Pero con la crisis han encontrado la excusa que querían, el vivero de miedo al prójimo que buscaban y una forma de achacar a este colectivo los males de todos. Así que ya se pusieron en marcha: menos ayudas, menos facilidades, reforma de la Ley de Extranjería, manteniendo el limbo de los CIE’s y, lo peor, negándoles la atención sanitaria primaria. Una auténtica espiral de violencia institucional que nada tiene que ver con los principales culpables del crack económico.
Mientras tanto, del otro lado de los Pirineos anuncian que este año la expulsión de inmigrantes se va a incrementar un 20% respecto a 2011. El ministro de Interior del aún Gobierno de Sarkozy hace un guiño a la ultraderecha en ascenso asegurando que serán 40.000 inmigrantes, la mayoría de origen rumano o búlgaro, los que se verán afectados. Mientras, el candidato favorito a las presidenciales, el socialista Hollande, asegura que «hay demasiados inmigrantes en situación irregular» pero insistió en que «no hay demasiados» con los papeles en regla. Algo que no concreta su posición, ya que remata la respuesta afirmando que «no podemos aceptar» que se instalen en Francia inmigrantes «sin tener las condiciones legales».
Un esfuerzo para encontrar un cabeza de turco que poco tienen que ver con la realidad. Por primera vez en muchos años, el saldo entre inmigración y emigración ha salido negativo. Salen más que entran y los inmigrantes volvemos a ser nosotros. Los extranjeros regresan a sus países, que ahora tienen más posibilidades de mejorar y registran crecimiento. Y los españoles formados también se van para encontrar alternativas que no tienen en España. La pirámide poblacional se vuelve más invertida sin los hijos de las inmigrantes y la población joven española retrasa tener hijos por la inestabilidad o decide tenerlos fuera.
Entonces, ¿quién quita el trabajo a quien? ¿Quién necesita de quién? ¿Todavía algún lumbreras cree que alguien sobra?