Co-housing, paisajismo y espacio público para combatir la soledad desde el urbanismo

Publicado en Foro de Empresas por Madrid

El seminario ‘Juntarse/Togather’, organizado por el Ayuntamiento de Madrid, apoyado por el Foro de Empresas por Madrid y clausurado por el coordinador general de la Alcaldía, Luis Cueto, concluyó ayer con las ideas más punteras a nivel internacional sobre cómo la arquitectura puede favorecer el bienestar de los ciudadanos.

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Arquitectura y urbanismo, grandes aliados contra la soledad no deseada

Publicado en el Foro de Empresas por Madrid

El Foro de Empresas por Madrid y el Ayuntamiento de Madrid celebran estos días el seminario ‘Juntarse/Togather’, donde se está analizando cómo el diseño de espacios para la convivencia ayuda a combatir las numerosas formas y expresiones de la soledad en los entornos urbanos del siglo XXI.

Dentro del programa ‘Madrid te acompaña’ contra las soledades urbanas, el Foro de Empresas por Madrid y el Ayuntamiento de Madrid celebran el seminario ‘Juntarse/Togather’ cuyo objetivo es analizar el alcance del diseño de espacios (interno y externo) en la lucha internacional para combatir la soledad no deseada.

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La mirada de 60 artistas sobre las soledades, en CentroCentro

Para el Foro de Empresas por Madrid

liliana porter.jpeg“Tengo una soledad tan concurrida”, decía Mario Benedetti en uno de sus poemas. Soledades rodeadas de gente como las que se viven en las ciudades. Un problema que no dejará de hacerse más grande en el futuro. Con esta premisa, cerca de 60 artistas ofrecen su visión de la soledad en CentroCentro en la muestra ‘La No Comunidad’. “Es un reflejo de la sociedad desintegrada, reflejo de cómo se rompen los lazos sociales”, comenta Blanca de la Torre, comisaria de la muestra junto a Ricardo Ramón Jarne, que hizo un recorrido por las obras el pasado jueves 25 de noviembre en la inauguración de la exposición. De esta manera se pone en marcha el proyecto ‘Madrid te acompaña’, un esfuerzo del Ayuntamiento de Madrid y del Foro de Empresas por Madrid por hacer frente a uno de los males de las ciudades hoy día: la soledad no deseada.

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Un relato: La huida

Me sonrió y reparé en sus manos. Llevaba guantes de goma blancos, más como los que llevan los médicos que como los que se llevan para limpiar. Pero eso es lo que estaba haciendo, limpiar. En una mano, una bolsa de basura blanca. Grande, aunque no de tamaño industrial. Sin duda, no habría podido con una de esas por su edad. En la otra mano, un cepillo y un recogedor hábilmente cogidos entre solo cinco dedos. Iba para un sitio a otro con paso ágil, articulando una danza con los tres instrumentos con tanta fluidez que parecía que llevaba horas haciendo lo mismo. Igual llevaba horas haciendo lo mismo.

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Orentino y la soledad

Artículo de Christian Sellés

Suenan las campanas… Tocan a muerto, como tantas otras veces en la aldea pero hoy se escuchan más cercanas. Antes de las campanas sonó el móvil, «Orentino acaba de morir», ya no podré mirar con él e intentar explicarle cómo funciona la cámara de vídeo que acababa de comprar…

No sé si será el primer recuerdo que tengo de él, pero sí el que quiero mantener de partida: su música los domingos por la mañana. Coplas, pasodobles, jotas, Manolo Escobar, El Fary, Diana Navarro… Alta, muy alta, poniendo banda sonora a la aldea y compitiendo con el repicar de la misa de la iglesia. A algunos les hacía gracia, a otros les molestaba y a mí, viviendo a su lado, me alegraba por poco que hubiera dormido porque a él le daba vida, y la vida a alguien no se le niega nunca.

IMG_20150721_183743Orentino tenía 89 años, era un secreto que tenía cuando le preguntaban la edad que tuvo que confesarme al venir a mi casa un día para que le revisara la factura del teléfono. Para cambiar su contrato, haciéndome pasar por su sobrino, necesité su DNI y ahí estaba como fecha de nacimiento el 25 de diciembre de 1925, » aínda que nacín antes, o meu pai tardou uns días en rexistrarme «. Nunca le guardé el secreto y siempre presumí de lo bien que estaba a sus años.

Vivíamos pegados, su casa se encuentra en un espacio extraño entre dos fincas, queda encajonada y no tiene terreno, algo cuanto menos peculiar en una aldea gallega. Nos acostumbramos a saludarnos por cortesía, como buenos vecinos en el ascensor, con la mano, con un leve movimiento de cabeza, con un «ata logo». Siempre con su bigote perfectamente definido, recortado y peinado, el que le confesé un día que me daba envidia cuando me dejé barba porque a mí no se me daba tan bien y él sonreía orgulloso. «Ti es o de Madrid?», porque aquí soy el madrileño, por mucho tiempo que pase o lleve… Y ahí empezó todo.

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