Publicado en Publicoscopia
España es un país de chiste. No lo digo yo, lo dice la historia. Viene a proclamarse nuestro rey el hermano de Napoleón, José Bonaparte, y contraatacamos llamándole ‘Pepe Botella’. Tenemos un heredero al trono con un nombre complicado y le rebautizamos como ‘Leopoldo Olé-olé si me eligen’. Y lo mismo hacemos hoy día. Se destapa un escándalo de corrupción al más alto nivel y hacemos lo mismo que hace 300 años pero por redes sociales. Escuchamos que ‘dimitir’ no es un nombre ruso, porque parece que ningún político español está dispuesto a hacerlo. Pero vamos a incluir un poco de ciencia ficción en la fórmula: Y si lo hicieran ¿de qué serviría?
Desde luego por responsabilidad social, para no llegar al punto de desprestigio de las instituciones y para aumentar el grado de confianza en los demás políticos. Sí, pero en términos reales, ¿solucionamos el problema? Por un lado tenemos la mala acción del político. Por ejemplo, un alcalde que ha amañado un concurso para darle la concesión a la empresa de su cuñado. ¿Hay algún mecanismo para volver atrás y darle ese dinero público a la mejor propuesta presentada? Otro ejemplo un poco más ‘elevado’. Si finalmente se demuestra la financiación irregular de la que acusan al Partido Popular se quedará en un simple asunto fiscal. ¿Pero qué pasa con esas leyes que se llevaron a cabo para ‘agradecer’ las cuantiosas e ilegales donaciones de empresarios al partido del Gobierno? Se quedan ahí, nos las comeremos.