Publicado en Dispara Mag
Coincidiendo con el mes de febrero, un total de 14 ciudades se han echado a la calle para reclamar que se prohíba el uso de perros en las distintas modalidades de caza. Unas manifestaciones que se realizan también en octubre y a las que cada vez acuden más personas. ¿Por qué octubre y febrero? Se trata del inicio y el final de la temporada de caza. Donde unos empiezan a ser perseguidos, otros a ser hostigados y finalmente muchos asesinados. Ya sea por una bala, por las heridas de un cepo o ahorcados por una cuerda. Por este motivo cabe destacar que muchas personas que exigían en Madrid, Toledo o Santander el fin del uso de perros en la caza, reclamaban a su vez el final de esta práctica «lúdica» indefendible en el siglo XXI.
Cientos de galgos acompañaron a los manifestantes en esta gran cita, que se llevaba fraguando desde hacía meses. Ellos, los galgos, son la punta más visible del iceberg de dolor y sufrimiento que constituye la caza. El documental Febrero ya sacó a la luz la verdad sobre lo que los galgueros «quieren» y respetan a estos animales. Ya sea para atrapar una liebre o para carreras, estos animales están sometidos a entrenamientos tortuosos donde el que se lesiona o magulla puede que no siga con vida al día siguiente. Yodo en las patas para calmar el ardor del asfalto por el que los hacen correr, cal viva para cerrar las heridas y mucho temor ante los gritos de sus «entrenadores». Y llega el día clave: la carrera. Pueden ser héroes o villanos. Si corren mucho y ganan la carrera, podrán contarlo y volver a correr otro día; si no, si pierden o ya tienen más de tres (cuatro o cinco años a lo sumo), están viejos y ya no valen. No sirven. Y a diferencia de cualquier herramienta, no se molestan ni en arreglarlos. En el mejor de los casos los abandonan en perreras, en otros casos en cunetas. Y todavía hay algo peor: que el galgo haga trampa. Así es como los galgueros llaman a cuando un galgo persigue en línea recta a la presa en lugar de hacer todo el recorrido que hace la liebre. Están sucios y ya no valen. No valen ni para ser abandonados, y son colgados de árboles o puentes como castigo.