Publicado en Vita, sección de ecología y derechos animales de Dispara Mag.
Estas últimas semanas mirábamos horrorizados las imágenes de las montañas de Cantabria, Asturias y Euskadi quemándose fuera de control. Sufríamos, unos más que otros, al ver cómo desaparecía una parte de la estampa verde propia de la Cornisa Cantábrica. Y una y otra vez se pasaba del «qué lástima» a «la culpa es de la Ley de Montes». Una normativa que, si bien es cierto que pone la alfombra roja ante la posible recalificación de terreno por parte de las administraciones autonómicas, parece que en esta ocasión está muy lejos de ser la responsable única de lo que ha ocurrido. Los más de cien fuegos que ardían de forma simultánea en el norte del país, compartían muchas características comunes. Su situación -a gran altura-, en zonas mayoritariamente de matorral y sin demasiado valor ecológico para los expertos, aunque sí para los lugareños. De hecho, muchos de estos montes donde han brotado los focos no era la primera vez que ardían.
Otros incendios, sobre todo en la temporada de riesgo que se sitúa entre junio y septiembre, suelen darse en zonas medias, con independencia del tipo de flora que allí haya y sobre todo, con difícil acceso para las unidades de extinción. Aquí es cuando la policía científica entra en juego y valora si el incendio forestal ha ocurrido por un rayo (4% de los casos según datos de Ecologistas en Acción en un estudio que abarca las tres pasadas décadas), si ha sido un despiste de un fumador (3%), un pirómano (7,5%) o intencionado para modificar el uso del monte. De hecho, en este campo vemos que casi uno de cada tres incendios (el 31,7 % de los incendios) se han producido por las quemas agrícolas y que otro 22% ha sido para convertir el monte en pasto. Ni rastro del ladrillo. Aunque también hay incendios para recalificar terrenos, la ley se lo pone muy complicado a quién pretenda llenarse los bolsillos de forma tan burda y tan dañina. Ecologistas en Acción estima que el objetivo de recalificar estaría entre el cajón de sastre que supone el 19% de las causas del resto de incendios: quema de basuras, escapes de vertederos, venganzas por la titularidad de los montes y un largo etcétera.
Volvamos a la Cantábrica. Allí no pasaron ni 24h antes de que técnicos, alcaldes y hasta el presidente autonómico señalaran a los culpables. Los propios bomberos de Asturias advertían que el origen de todos los fuegos eran las quemas incontroladas de ganaderos y cazadores. Una actividad común para acabar con los matorrales y zarzas y, por otro lado, tener más pasto para los animales que explotan, o bien, no dejar refugio a los animales que cazan y que la captura sea más sencilla para ellos. Técnicas comunes, habituales y tan comunes que ni si quiera los vecinos –esos que han tenido sus casas a punto de ser devoradas por las llamas- condenan. Insisten en que la culpa es del viento, de la sequedad del terreno, de la falta de lluvia. Pero con la ley en la mano, las quemas sin autorización, supervisión y control de las autoridades no están permitidas. Son ilegales. Los agentes forestales lo demuestran. Se encuentran entre la incapacidad para concienciar y la impotencia frente a las consecuencias. Uno de ellos cuenta en El Español como los ganaderos usan mechas con retardantes que pueden prender entre 10 y 16 horas después de que el incendiario se haya ido del terreno. “Así es imposible evitarlos”, dice resignado. Y más cuando el silencio cómplice de las pequeñas aldeas protegen al culpable. No es un loco, ni un promotor inmobiliario. Se hizo así toda la vida y punto.
¿Pero cómo puede alguien que dice amar su tierra quemarla? Según los ganaderos la culpa es del Estado. Ellos protestan ante la repoblación que hacen en suelo forestal degradado, lo que da pie a ecosistemas completos de bosques y reduce la extensión de tierras para pasto. Su actividad privada por encima del bienestar común de los vecinos, la flora y la fauna. Contra esto, incendios. Y no sólo eso. La codicia también está en muchas ocasiones detrás de estos fuegos. De nuevo los agentes forestales señalan a las subvenciones de la Política Agraria Común de la Unión Europea (conocida como PAC) como el origen de este conflicto. La UE subvenciona por animal y por superficie de terreno de pastizal a cada ganadero. Aunque estas normativas no permiten cobrar a quién quema el monte, esta prohibición solo dura un año. Así cobran por los años restantes cuando ya es pastizal, algo que compensa – y mucho- a medio plazo. Desde muchas asociaciones ecologistas y el partido animalista PACMA se reclama evitar que alguien pueda beneficiarse de los incendios: no vender la madera cortada por incendio, obligación de introducir de nuevo las especies autóctonas en la zona y, por supuesto, el fin de estas subvenciones.
Las verdaderas víctimas
Los incendios de la Cornisa Cantábrica que hemos lamentado estas navidades han sido considerados de baja peligrosidad al no acercarse a núcleos urbanos. Salvo en algunas segundas residencias o bodegas a los que las llamas se acercaron aunque sin generar daño, estos fuegos provocados se han dado en lo alto de las montañas, en lugares no habitados. ¿Habitados por quién? ¿Realmente creemos que no ha habido víctimas mortales? A nadie se le escapa que miles de animales – aves, mamíferos, insectos, reptiles- han tenido que morir atrapados entre el humo y las llamas. Los que lograron huir – como el zorro que corre desorientado por el municipio vizcaíno de Getxo y se ha convertido en un video viral- se han quedado sin lugar al que volver y sin saber dónde ir. Muchos corrieron hacia las carreteras y autopistas siendo atropellados. Otros, malheridos, acaban muriendo con hambre y frio. Solo son suposiciones, ya que nunca podremos conocer la magnitud de la tragedia más allá de hipótesis y cálculos.
Tanto en catástrofes medioambientales como los incendios, como en las inundaciones del Ebro, hemos visto cómo en España se carece de protocolos para evacuar y salvar a los animales no humanos. Su vida, muchas veces, vale tanto como la indemnización que el seguro vaya a dar a su ‘dueño’. Así, si cuesta más el rescate que lo que vayan a dar por ellos una vez muertos, ni se intenta. En otras ocasiones, ni siquiera sabrían cómo hacerlo aunque quisieran. Y en la mayor parte de los casos los ganaderos y propietarios valoran más el dinero en mano de la compensación de las aseguradoras que el valor de sus animales en el mercado. Los servicios de emergencia carecen de guías o protocolos para evitar el mayor daño a los animales incluso en las labores de extinción de las llamas. Son muchas las asociaciones que reclaman que ante una catástrofe existan lugar de refugio donde las personas evacuadas puedan ir con sus animales, lugares para alojar a los animales salvajes y la obligación de que los ganaderos tengan que abrir las jaulas y cercas ante el riesgo de muerte de los mismos.
La huella medioambiental de la ganadería
De nuevo, la ganadería está detrás de los números negros del Medio Ambiente. Desde instituciones tan poco sospechosas de ser lobby verde como la ONU, se extraen datos concluyentes que señalan a esta industria como una de las principales causas del Cambio Climático. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la ganadería es responsable directa del 18% de las emisiones, muy por encima del 13% que emiten todos los transportes juntos. Según Dani Cabezas en un reportaje para La Marea titulado ‘Ganadería Insostenible’, el 30% de la superficie terrestre está ocupada por explotaciones ganaderas e industrias agrícolas subsidiarias. En el documental ‘Cowspiracy: el secreto de la sostenibilidad’, ya desvelan que detrás de la deforestación del Amazonas no se encuentra otra cosa que ganaderos y pasto. De hecho, son los responsables de la desaparición del 91% de la masa forestal de este gran pulmón del planeta. Y lo mismo en cuanto a residuos, gasto energético, de agua, la desertificación provocada… El director del documental, el estadounidense Kip Andersen, resalta como mensaje cómo podemos influir en esta realidad como consumidores. Si supieras que para crear una sola hamburguesa de ternera se emplea 2.500 litros de agua, ¿lo seguirías comprando?