El problema de las mujeres afganas se encuentra en sus propias casas

Publicado en Publicoscopia

Presentación de 'Mujeres. Afganistán' en Madrid
Presentación de ‘Mujeres. Afganistán’ en Madrid

«Puedes ser una política reconocida y respetada fuera, pero cuando entras en casa lo único que importa es servir a tu marido«. Así de dura es la realidad de las mujeres en Afganistán, como Azita Rafaat, ex parlamentaria. Desde Occidente seguimos pensando que el mayor reto al que se enfrentan puede ser trabajar fuera de casa o tener participación política. Sin embargo, Azita nos corrige: ella tuvo que llegar a un acuerdo con su marido para lograrlo. El lastre estaba dentro. Casada de manera acordada con un hombre analfabeto que ya tenía una mujer, tuvo cuatro hijas y recibió toda la presión social al no dar a luz a un chico. Su voz se escuchó en su comunidad defendiendo la educación de sus hijas y logró que llegara al Parlamento, logrando un asiento en la Cámara. «Incluso con pasaporte de diplomática por mi cargo -explica en un correcto inglés Rafaat-, tengo que tener la autorización para muchas cosas de mi marido, que firma con el dedo al no saber escribir».

La historia de Azita y de muchas mujeres y niñas más nos la trae una periodista con agallas, Mònica Bernabé, y un fotoreportero sin pelos en la lengua, Gervasio Sánchez. Ellos dos han estado trabajando más de seis años el libro ‘Mujeres. Afganistán‘, que se complementa con una exposición de fotografías que actualmente está en Barcelona. «Estaría satisfecha si el verdadero problema de Afganistán se conociera y dejaran de preguntar sobre talibanes y burkas«, afirma Mónica Bernabé. Porque, como pudieron explicar los tres protagonistas, ya existían lapidaciones de mujeres adúlteras antes de que llegaran los pastunes, los muyahidines ya pisoteaban los derechos humanos antes de la guerra civil y los señores de la guerra siguen haciendo negocios con empresas occidentales.

Frente a un trabajo tan excepcional, una respuesta modesta de los medios. De hecho, Monica Bernabé ha sido la única reportera en Afganistán para un medio español durante los últimos 8 años. ¿Es que no interesa? De ahí que de nuevo sólo tengamos la referencia de antes: talibanes y burkas. Una prenda de vestir que Azita conoce de cerca: «Yo lo llevé durante 7 años y volvería a hacerlo si me garantizara libertad». Pero el burka no protege en casa, donde las mujeres son forzadas a casarse con quien la familia quiera, a ser esclavas de sus maridos -laboral y sexualmente-, muchas de ellas siendo niñas se las empareja con hombres ancianos, si son violadas se las obliga a casarse con su agresor, no controlan su maternidad, etc. De hecho no sorprende que Afganistán sea el único país en el mundo en el que se suicidan más mujeres que hombres.

Y es que el problema no se diferencia tanto del que vivimos en España. La violencia de género en el ámbito familiar como algo privado. Tanto en Afganistán como aquí existen leyes que afianzan la igualdad entre sexos, persiguen la discriminación y condenan la violencia contra las mujeres. Pero la respuesta social no va a acorde y la tradición vuelve a ser el verdugo de más de la mitad de la población. Allí como aquí, lograr la igualdad depende de toda la población. Aquí como allí, el gran obstáculo que nos separa de un mundo en igualdad reside en que los hombres renuncien a sus privilegios. ¿Lo conseguiremos?

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