Hoy no es el Día de la Mujer, es el Día de la Mujer Trabajadora. ‘Es lo mismo’, dirán algunos acertadamente, ya que las jornadas laborales de las mujeres no acaban al llegar a casa. Seguimos así. Pero la decisión de quitar lo de ‘trabajadoras’ se me antoja un tanto manipulador. ¿Acaso suena muy sindicalista? ¿Acaso la diferencia entre sexos anula la diferencia entre clases? Está claro que la discriminación se vive en los diferentes estratos sociales, pero golpea más a las de siempre: las pobres.
Por eso, haciendo esta reflexión un 8 de marzo, no se me ocurre nada mejor que homenajear a las mujeres de mi casa, como dice Mónica Quesada. a las ancestras y maestras de mi vida, como dicen en la Revista Píkara. Y voy a incluir un hombre, el que me enseñó en su más amplio sentido la palabra respeto y la acción solidaridad.
Empezaré por mi abuela, que tuvo que lidiar con mucha hambre y mucho frío, como muchos españoles. Pero ella le añadió un factor determinante:dignidad. Ella sirvió en una casa, ayudó a sus vecinas, se quedó con su padre y su madre pese a tener muchos más hermanos y no dudó en ofrecerle un plato de comida a quién se lo pidiera en su puerta. Y todo con una sonrisa. Incluso cuando la echaron de la que había sido su casa de siempre, incluso cuando se quedó calva por una infección de la pleura. ‘Yo me reía hasta de las piedras’, me dice. Que afrontó con bombones el cáncer y la diabetes. Y que me crió como si fuera su hija. Aún lo sigue haciendo.
Luego está mi abuelo, su compañero. De padre sindicalista y que a sus 73 años cuando nos dejo, aún apretaba el puño al ver a un guardia civil. El me inculcó que todos somos iguales, que si tienes un trozo de pan siempre se puede partir en dos y compartir, que el mundo no es justo pero se puede luchar por ello. Y que todo lo que consigas, si es bueno para alguien más, siempre tendrá más valor. La mejor referencia paterna que pude tener.
En este momento añado de golpe a mi madre y a mi tía. Dos vidas completamente diferentes, pero que siempre se comprendieron. La primera afrontó el rechazo de la maternidad en solitario en unos años 80 que todavía parecían la prehistoria. Una Mujer Trabajadora, en mayúsculas. Que pese a trabajar 12 horas y llegar agotada, nunca sentí su ausencia. Ni un sólo día. Y mi tía, un referente. No estudió, pero lo estudió todo. Que nunca se encadenó e ningún rol, que nunca perdió las ganas de reír y aprende. Que me inculcó sin saberlo el amor a las palabras. Que juntas contenían todas las mujeres del mundo.
Porque tenemos derecho ser muchas mujeres, diferentes, contradictorias, humanas. Porque hay que romper el mito de la superwoman trabajadora, porque somos imperfectas y queremos seguir siéndolo. Porque sólo respondemos a lo que nosotras mismas esperamos de nosotras mismas.
Proyecto Mujer(es)Mujer, historias de tres generaciones.