Sigo asumiendo todo lo vivido junto a los pueblos ancestrales que forman parte del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y que se reunieron en congreso ordinario la pasada semana en Kokonuko, al pie del volcán Puracé. Como invitada, lo primero que sorprende es la organización que una reunión de 15.000 personas necesita y que se lleva a cabo por los propios asistentes, de manera orgánica y responsable. Todos colaboraban en acreditaciones, prensa, accesos, comisiones, escenario, presentaciones, programa. Y sobretodo, en seguridad. La guardia indígena, un cuerpo formado por todos los componentes de la comunidad elegidos de forma cíclica. y cuando digo todos, es todos. Hombres, mujeres, consejeros, agricultores, cesteros, mayores y pequeños.
La responsabilidad se mama en los pueblos indígenas colombianos. Desde los pequeños que son elegidos como chamanes desde que nacen, hasta los que te piden ver si llevas bebidas alcohólicas o armas en el control de acceso del congreso para que no haya problemas. Y es que la seguridad es uno de los factores que el CRIC más cuida, ya que este pueblo ha sido uno -junto a los afrodescendientes y campesinos- que más han sufrido el comflicto armado. Asesinados, desplazados y amenazados por los paramilitares, la guerrilla y el Ejército, los consejeros aseguran que su Congreso es un sitio respetado pero nunca deben bajar la guardia.
Siempre hay unos prismáticos que observan desde lo alto de la montaña y que los indígenas llaman ‘los otros’. El puesto de Policía de Kokonuko tampoco deja de recordar donde estamos. Con el rifle en las manos y atrincherados detrás de casetas hechas con sacos de arena, miran a los integrantes de la guardia indígena como extraños, pese a convivir con ellos. Lo mismo ocurre en cada puente, custodiado por militares en la zona de Popayán, para evitar ‘que lo vuelen’. No crean que se trata de una herencia de los 90, ya que hay puentes que fueron dinamitados hace menos de un año y el Ejército continúa matando guerrilleros.
Las buenas palabras se encuentran en la Habana, hacia no sólo los indígenas miran. Sobre ello hablamos con Aida Quilcué, la única mujer hasta el momento elegida Consejera Mayor del CRIC. Se trata de una mujer fuerte, vitalista, coordinadora de la comisión de Derechos Humanos y conflicto armado. Un cargo que no es fortuito, ya que ella está involucrada en el proceso de paz y sabe como el de más del sufrimiento de la guerra. De hecho es viuda. Viuda de un líder indígena asesinado por el Ejército y que luego intentaron hacer pasar por guerrillero en lo que se conoce como ‘falsos positivos‘.
Pero la esperanza se abre camino en este pueblo. Están organizados. Siempre lo estuvieron. Desde los oscuros tiempos del M-19, hasta que dieron el paso de abandonar las armas definitivamente. Ellos se dieron cuenta de que la violencia sólo genera violencia y el Estado y los grupos armados lo demuestran 40 años después. Ellos, los indígenas, lideran la revolución pacífica y lo hacen de la mano de sus hermanos colombianos, afrodescendiantes, campesinos. Y lo hacen de forma asamblearia, con sus propias reglas, con sus propias vias. Pero también tendiendo la mano a los movimientos sociales y a la política. Incluso tiene su propio candidato: Feliciano Valencia.
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