«¿Habías estado alguna vez dentro de una cárcel?». Eso es lo primero que me disparan los alumnos del taller de radio del Centro Penitenciario de A Lama nada más asomar por el marco de la puerta. Mi cara de sorpresa da paso a un parco ‘no’. «¿Y cómo te la esperaba?», dispara otro de los internos desde su mesa de clase. Aquí es cuando viene la repuesta más torpe que he oído (que me he oído) nunca: «No tan luminosa».
Pasados los primeros momentos de pánico al ser el centro de atención, empiezo a meterme en situación: estoy en una clase con una veintena de presos que van a realizar su primer examen sobre radio que hace Agareso. Tres de sus miembros se reparten entre el taller, la revista y el estudio de grabación para convertir a personas que poco tienen que ver con el mundo de la comunicación en periodistas. Ilusión y ganas no les faltan.
Ante el micrófono y ante la mancheta se olvidan de las horas que les quedan dentro del centro, del pasado que han dejado fuera y se centran en aprender. No solo ha hacer un debate radiofónico o una entrevista, sino aprenden algo mucho más importante: a trabajar en equipo y a escuchar a los demás. Eso se nota en el ambiente de trabajo, en el que todos son iguales y no se tiene en cuenta el módulo del que provenga cada uno.
Ahora que estoy fuera, podría contestar mucho mejor a la pregunta de qué me esperaba que fuera una cárcel. Lo tengo muy claro: cualquier centro penitenciario debe ser un centro de reinserción. Por eso hay que agredecer a organizaciones como Cruz Roja, Proyecto Hombre o Agareso su labor al otro lado de los muros. Un trabajo que casi nunca se ve.
Con el objetivo de visibilizar esta labor, realicé un reportaje que podéis ver en la web de Praza Pública: «A reinserción a través das ondas«
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